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24 Mar La dolce vita
La dolce vita, por Diego Moldes
La dolce vita es un misterio. Un delirio. Una pasión.
Un ensayo y una crónica.
Una obra de arte puro, amada y odiada por igual.
Una genialidad desbordante cuyo enorme éxito popular la ha convertido, por paradójico que pueda parecer, en una de las películas más incomprendidas de la historia del cine. Sí. ¿No lo creen? Hagan la prueba. Vuélvanla a ver. Seguirán descubriendo nuevos y ricos matices en cada secuencia, casi en cada plano. Sin La dolce vita no existiría el cine de Coppola, ni el de Woody Allen, ni Scorsese, ni siquiera Tarantino.
La dolce vita marca un antes y un después en la filmografía de Fellini, del mismo modo que su año de producción, 1959, es una puerta cuyas bisagras marcan las dos grandes épocas del cine, la del mudo y el cine clásico (1895-1958) y la del cine moderno y contemporáneo (1959-2021 y siguientes). Confieso preferir la primera etapa de Fellini (1949 a 1960) a la segunda (1962-1990), con la excepción de 8 ½ y Amarcord. Se ha escrito hasta la saciedad, pero es del todo evidente que La dolce vita es un compendio de lo mejor de todo su cine anterior –Luces de variedad, El jeque blanco, Los inútiles, La strada, Almas sin conciencia, Las noches de Cabiria– y un preludio o avance de lo que vendrá después, especialmente Fellini 8 ½, Roma, Y la nave va, aunque también el episodio Toby Dammit.
La dolce vita narra el itinerario vital de un periodista reconvertido en relaciones públicas, Marcello Rubini (Marcello Mastroianni), un provinciano instalado en Roma, bien situado entre la jet-set internacional y romana. Marcello se gana la vida escribiendo en una revista sensacionalista, rodeado de paparazzi (acude con un fotógrafo, al que apoda paparazzo, a los eventos públicos) pero que sueña con convertirse en un escritor serio y prestigioso. A través de diversos episodios vividos por Marcello en la Roma de 1958/1959 el espectador se adentra en el mundo de la alta sociedad romana de la época, el tiempo de la dolce vita, los cafés de Via Veneto, los night-clubs poblados de estrellas de Hollywood en horas bajas, sex-symbols de postín, el advenimiento de los primeros paparazzi de la prensa rosa, las selectas fiestas nocturnas, el mundo del cabaret, la futilidad de la aristocracia, etcétera. El film se estructura en un prólogo y once retablos, auténticos tableaux vivants en los que Fellini capta lo mejor y lo peor de una época, arropados por una música perfecta e inolvidable del maestro Nino Rota.
Prólogo. Unas mujeres toman el sol en un ático, a lo lejos un helicóptero que sobrevuela las afueras de Roma sostiene en el aire con correas una estatua enorme de un Cristo Lavoratore. El helicóptero se acerca a las chicas en bikini y Marcello las saluda desde la cabina. Luego sobrevuelan el Vaticano. Episodio 1º. Presentación de Marcello, que pasa la noche con su amante, la millonaria Maddalena (Anouk Aimée) en casa de una prostituta. Al llegar a casa por la mañana su novia Emma (Yvonne Furneaux) trata de suicidarse con barbitúricos. Episodio 2º. Marcello conoce a la actriz Sylvia (Anita Ekberg), visitan la cúpula de San Pedro en el Vaticano, acuden a una animada fiesta en las termas romanas de Caracalla, huyen tras una discusión con Robert (Lex Barrer), el novio de Sylvia, y amanecen empapados en las aguas de la Fontana di Trevi. Episodio 3º. Marcello entra en una iglesia y se encuentra con su amigo Steiner, el filósofo, escritor e intelectual. Es el espejo en el que mirarse. Steiner interpreta a Bach en el órgano. Luego invita a Marcello a que le visite a su piso, junto a la familia Steiner. Episodio 4º. Marcello acude al campo a cubrir la noticia de unos niños que aseguran haber visto a la Virgen. Tras una tormenta de lluvia se demostrará que todo era un engaño, un falso milagro. Episodio 5º. Marcello acude con Emma a una fiesta en casa de Steiner, en donde se habla de literatura y pintura. Steiner hace que los invitados escuchen los sonidos de la naturaleza grabados en una cinta magnetoscópica. Las dudas existenciales de Marcello crecen. Episodio 6º. Para tratar de escribir su libro Marcello instala su máquina en un merendero apartado de la playa. La adolescente Paola (Valeria Ciangottini) pone en la juke-box una canción de moda “Patricia”, distrayendo a Marcello. El periodista la contempla y se enamora platónicamente de su rostro, que de perfil le recuerda a las pinturas de las iglesias de Umbría. Episodio 7º. El padre de Marcello visita a su hijo y ambos acuden al cabaret Kit-Kat en compañía de la bailarina Fanny (Magali Noel). Allí escuchan la triste trompeta del payaso Pulidor. El padre tiene una crisis cardíaca. Episodio 8º. Marcello acude a una fiesta en el castillo de Bassano di Sutri, invitado por Maddalena. La nocturnidad distante de los aristócratas y el difícil acercamiento a Maddalena aumentan su crisis vital. Episodio 9º. Marcello y Emma discuten en su descapotable. Marcello no soporta el amor maternal, viscoso, de ella. Ella abandona el coche. Se reconcilian, pero a sabiendas de su relación está rota. Episodio 10º. Sorprendentemente Steiner se suicida, matando antes a sus dos hijos pequeños. A la salida del piso, rodeado de policías, una multitud de paparazzi increpa a un aturdido Marcello que les cuente lo sucedido. Marcello comprende que su trabajo es innoble –chismes, cotilleos, dimes y diretes- pero su deriva es mayor por la pérdida de su referente moral. Episodio 11º. Ha pasado el tiempo, Marcello ya no es periodista, sino un relaciones públicas. Está acabado intelectualmente. En la madrugada, borracho, se divierte en una fiesta en la villa de Fregene, cercana a la playa de Ostia. Anima a su amiga Nadia (Nadia Gray) a que realice un striptease al son de la melodía “Patricia”. El ambiente orgiástico aumenta.
Se hace de día. Los invitados caminan entre los pinos, rumbo a la playa. En la arena divisan un extraño monstruo marino que han capturado unos pescadores. Marcello divisa a lo lejos a Paola, la chica rubia de la juke-box. Ella trata de decirle algo. Gesticula. Él se acerca pero un brazo de mar le impide aproximarse más. Ella le grita algo, el rumor de las olas impide saber el qué. Marcello le hace señal de que no escucha y la chica insiste. Marcello desiste y se despide con gesto de resignación. Paola sonríe y le hace la señal de despedida con la mano. Fin. Fellini deja clara su visión, pero con un punto hacia la ambigüedad. ¿Marcello no oye o hace que no oye? ¿Su gesto indica que no escucha o que no quiere escuchar? ¿Qué le quería decir Paola? ¿Se enamoró de él en el merendero? ¿Ha perdido Marcello su última oportunidad de enamorar y de enamorarse? Quizá ha dejado escapar el último de un tren hacia la búsqueda de la felicidad, que es el único éxito verdadero de la existencia humana. Como diría Giovanni Papini, se sabe “un hombre acabado”.
Cuando cualquier cinéfilo visita por primera vez Roma la admiración se suele tornar decepción al pasear por Via Veneto; nada es como en La dolce vita. En la Fontana di Trevi tiras la moneda de espaldas y pides un deseo. No se cumple. El escultural cuerpo empapado de Anita Ekberg, con vestido negro largo, de noche, no aparece por ningún lado. Tardas en darte cuenta que La dolce vita no existe. No te lo puedes creer. Sólo existe en la mente de Fellini y, por ende, en la de todos los fellinianos del mundo. O se es de Fellini o no se es de Fellini. Federico no admite medias tintas ni términos medios. O te gusta o no te gusta. Lo mismo que Picasso (a Fellini le gustaba Picasso, y Jung, y Moravia, y Borges). Lo mismo que La dolce vita. O la amas o no la amas. La dolce vita es esa amante nocturna que siempre te acompaña en la lejanía, esa aventura inconclusa que forma parte de tu vida, pues la has soñado, la has vivido. Muchos visionados después, muchos libros de y sobre Fellini más tarde, no han empañado mi opinión sobre La dolce vita que, sin ser la mejor película europea (ni siquiera la mejor de Fellini), es mi película europea más amada, más admirada, más querida. Siento por ella verdadera, absurda, incomprensible adoración. No admito que se hable mal de ella. Al saber que parte de Via Veneto fue reconstruida en el estudio 5 de Cinecittá por el decorador Piero Gherardi, me siento un poco mejor. Nadie podrá pasearla más. Sólo la visito a través de la maravillosa linterna mágica que un mago sin sombrero de copa creó con un movimiento de su barita. La dolce vita es la antítesis del realismo. Es la visión barroca, excesiva, de un provinciano, hecha por y para provincianos. Cuanto más provinciano se es, como es mi caso, más se sueña La dolce vita. Nunca podrá gustar a alguien criado en la capital, a un romano como Rossellini. Don Roberto ninguneó el éxito de su amigo Fellini y éste, más listo que el hambre, transformó el agravio en elogio: “De todas maneras, cuando Rossellini hizo estas declaraciones sobre La dolce vita, diciendo que es la película de un provinciano, no sabía lo que decía, pues, a mi parecer, definir como provinciano a un artista es la mejor definición que se puede dar de él, ya que la posición de un artista frente a la realidad debe ser justamente la de un provinciano, es decir, que debe sentirse atraído por lo que ve y al mismo tiempo conservar el distanciamiento de un provinciano. ¿Qué es un artista en realidad? No es más que un provinciano que se encuentra entre una realidad física y otra metafísica.”
La dolce vita surge de alguien a quien le fascina la realidad capitalina pero le desagrada su condición mundana, frívola, transformándola en un gran fresco alegórico. Bajo su fascinación supura una crítica mordaz a la alta sociedad, su (falsa) moral, los intelectuales de postín, la nobleza decadente, la iglesia obsoleta, las gentes fracasadas del cine norteamericano que se refugian en la capital italiana…Es sabido por estos y otros motivos La dolce vita causó gran escándalo, siendo denostada por L’Observatore romano, que la tachó de blasfema (por ese motivo la censura española prohibió su exhibición en España, no pudiéndose proyectar hasta la muerte del dictador). El escándalo no impidió que ganase la Palma de Oro en Cannes, en la célebre edición de 1960. No es de extrañar aquel triunfo, los votos decisivos de aquel jurado fueron los del belga Georges Simenon y el norteamericano Henry Miller, dos literatos opuestos a los biempensantes burgueses.
En suma, La dolce vita es un monumento crítico a la banalidad contemporánea, al conservadurismo, a la hipocresía, a la iglesia, a la falsedad de las clases privilegiadas, a la vacuidad intelectual de la modernidad, a la frivolidad actual, en definitiva, al erial cultural de las sociedades de nuestros días. No hay suficiente espacio aquí para escribir sobre las tipologías femeninas presentes en el film; las mujeres de Marcello: Magdalena, Sylvia, Emma, Fanny, Nadia…y Paola, la rubia adolescente que nos saluda desde la playa, ángel de las iglesias de Umbría que nos sonríe cálida y que Marcello no escucha, ¿por el rumor de las olas? La película concluye con el sonido ambiental que impide oírse a los personajes, como empezó en la secuencia del helicóptero, el cristo y las mujeres en bikini en la terraza. El hombre y la mujer incomunicados. Mención aparte merece la banda sonora del enorme Nino Rota, escuchada una y mil veces –incluso cuando ahora tecleo estas líneas– y tan maravillosa e inagotable como plena de significados. Pero sobre la música de Rota en las películas de Fellini ya se ocupa, en otras páginas, este libro que el lector tiene entre sus manos.
Dirección: Federico Fellini (Rímini, Italia, 1920- Roma, Italia, 1993). Guión: Federico Fellini, Ennio Flaiano, Tullio Pinelli, Brunello Rondi. Fotografía: Otello Martelli. Operador: Arturo Zavattini. Música: Nino Rota. Decorados y vestuario: Piero Gherardi. Producción: Angelo Rizzoli, Giuseppe Amato. Intérpretes: Marcello Mastroianni, Anouk Aimée, Anita Ekberg, Yvonne Furneaux, Alain Cuny, Magali Nöel, Walter Santesso, Nadia Gray, Lex Barker, Annibale Ninchi, Polidor, Adriana Moneta, Valeria Ciangottini, Adriano Celentano. Nacionalidad: Italia. Duración: 179 minutos. Título original: La dolce vita. Año: 1959. Blanco y negro.
Este texto se publicó en el libro El universo de Federico Fellini (Notorious Ediciones, Madrid, 2020) coincidiendo con el centenario del nacimiento de Federico Fellini (1920-2020).
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