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21 Feb The Italian Job
El británico Peter Collison dirigió en 1969 Un trabajo en Italia, protagonizada por Michael Caine y el prestigioso dramaturgo Noël Coward, a partir de un guión del televisivo Troy Kennedy Martin -autor del guión de Los violentos de Kelly (1970)-, con una buena música funk-jazz de Quincy Jones y fotografía del excelente operador Douglas Slocombe. Más de tres décadas después ha llegado a las pantallas The Italian Job, remake del anterior, realizado por F. Gary Gray. Nacido en 1970 en Illinois, Gray ha sido director de Friday (1995), Set it off (1996), El negociador (1998) y Un hombre diferente (2002). Se trata de películas que ni he visto ni tengo intención de ver, dada su reputación. Si algunos periodistas afirman que The Italian Job es su mejor film me pregunto cómo serán los otros… Porque éste no hay por donde cogerlo. La pareja Wayne & Donna Powers – guionistas de bodrios del calibre de Deep Blue Sea (1998) o Un San Valentín de muerte (2001)- han perpetrado un guión frío, mecánico, descabellado e imposible. Al parecer, la Paramount tardó diez años en elaborar el guión, que antes pasó por más de seis escritores diferentes. Uno se pregunta cómo se puede tardar una década en elaborar semejante desatino, tamaño disparate.
Lo más penoso de todo es que el prólogo es impresionante y hacer honor al título, pues el trabajo en Italia es lo único valioso de esta historia. Unos créditos de fábula, un robo perfecto en Venecia narrado con pulso y suspense, y una elipsis mediante el fundido de dos planos que es un prodigio: la cámara efectúa una panorámica vertical desde el Gran Canal hasta el cielo de Venecia que se funde con las nubes y los picos nevados de los Alpes austriacos, en un travelling aéreo majestuoso. Traición, asesinato y… venganza: Estados Unidos un año después. Y aquí todo se desbarata. El resto del film es un desastre. El montaje de las escenas de acción emplea lo que denomino «técnica de la batidora»; consiste en grabar innumerables planos con saltos de eje, sin raccord, con multitud de cámaras sofisticadas, y mediante una estética “videoclipera” mezclarlo todo en una batidora -la sala de montaje- y esperar a que salga algo. Y, evidentemente, sale mal.
El film parece un spot del automóvil Mini Cooper. Supongo que la marca pagaría para que el coche aparezca en cuantos más planos mejor. La actriz sudafricana Charlize Theron afirma que «El papel que juegan los Mini Cooper en el argumento les hace convertirse en un personaje más.» Exactamente. Cuando los personajes son marionetas mecánicas sin nada interesante que decirnos, hasta un ser inerte de metal y cables puede resultarnos más atractivo, tal es el encefalograma plano de los protagonistas. Y lo más extraño: si estos ladrones son todos intelectualmente superdotados… ¿Qué diablos hacen por la vida robando lingotes de oro y conduciendo como kamikazes?
Al concluir la proyección de esta estupidez me fui a ver la genial Track of The Cat (1954), de William A. Wellman y añoré el viejo cine de Hollywood… ¡Dios mío! ¿Qué ha sido de la gran fábrica de sueños? ¿En qué se ha transformado?
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