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20 Abr El prestamista, la gran novela de Edward Lewis Wallant
La industria editorial diferencia claramente entre autores best-seller y autores long-seller. En este segundo grupo, hay autores masivos y otros minoritarios, de inmensas minorías transnacionales y extraterritoriales.
Sus obras no están sujetas a ningún territorio, ni siquiera a una lengua. Son autores que, como el Cid, cabalgan después de muertos. No son conocidos por el gran público, no son Dickens o Dostoivski, quiero decir. Tampoco son famosos, como Mario Puzo, pongo por caso. Pero son.
Porque estos autores, que como el río Guadiana, surgen y desaparecen bajo tierra, para volver a afluir sus aguas ante nuestros ojos, son tan o más necesarios que los grandes popes literarios. Sin ellos, la literatura como forma subrepticia de pensamiento crítico, de transformación social mediante el pensamiento que conduce a la acción, no existiría. Uno de ellos, muy desconocido entre el público en lengua española fue el estadounidense Edward Lewis Wallant (1926-1962), tristemente desaparecido a la temprana edad de 36 años. Se perdió así a uno de los más brillantes novelistas de la generación judeonorteamericana de posguerra, que él integraba junto a otros como J.D. Sallinger, Saul Bellow, Norman Mailer, Howard Fast, Budd Schulberg, E. L. Doctorow, Jerzy Kosinski, Bernard Malamud, Herbert Gold o Philip Roth. Quiero pensar que si hubiese vivido hasta nuestros días, y su producción novelística hubiese progresado en las sendas que él abrió, estaríamos a un autor del calibre literario del propio Roth o de Paul Auster, por seguir con neoyorquinos que compartían orígenes, sensibilidad y algo más. Wallant se ganaba la vida como director artístico en agencias de publicidad, fue director de McCann-Ericson, pues tenía que mantener a su mujer y a tres hijos que tuvo muy joven. Pero su pasión verdadera era la literatura y a ella consagró todo el tiempo libre del que disponía. Fue autor de novelas de enorme prestigio en los años cincuenta y sesenta –The Human Season, El prestamista, Los inquilinos de Moonbloom, Children at the Gate, las dos últimas póstumas–, pero hoy casi nadie lo conoce. El traductor de este libro magnífico que nos ha brindado Libros del Asteroide con su habitual buen ojo literario, Eduardo Jordá (Palma de Mallorca, 1956), cuenta en su prólogo, corto pero muy jugoso, que ni siquiera escritores del calibre de James Salter o Phillip Lopate (ambos novelistas neoyorquinos de origen judío, como Wallant) lo recuerdan o conocía, “¿Wallant? ¿Wallant? Lo siento, ese nombre no me dice nada.” Algo increíble, pues Lopate es hijo de supervivientes polacos del Holocausto y además de novelista, es crítico de cine. Y digo increíble porque de eso trata precisamente El prestamista, de un polaco que sobrevive al Holocausto, Sol Nazerman, y se instala en Nueva York como prestamista. Y es extraño porque la novela fue llevada al cine con idéntico título –The Pawnbroker– en 1965 por Sidney Lumet y su actor protagonista, Rod Steiger, estuvo nominado al Oscar (la he visto en dos ocasiones, es una obra maestra cinematográfica en blanco y negro, de lo mejor del cine norteamericano de los sesenta). Novela y película comparten además, el raro privilegio de ser la primera obra estadounidense que trataba el tema del Holocausto desde el punto de vista de una víctima y su sufrimiento.
La novela, contada a modo de parábola y trufada de sutiles simbolismos morales, está plagada de excelentes personajes secundarios, desde la familia de Nazerman o el gánster italiano Murillio –socio del prestamista– a la norteamericana entrometida Marilyn Birchfield, una solterona obesa, ingenua, activista social y de buen corazón: y, como toda gran obra literaria, dice mucho con pocas palabras. Sobresale Jesús Ortíz, hispano negro ayudante del prestamista judío, quien organiza un atraco y luego se redime dando su vida por la de Nazerman. El prestamista, un muerto en vida según él mismo reconoce, tendrá una segunda oportunidad de ayudar y ser ayudado, de volver a ser un ser humano. Pues, al principio, es un descreído, hosco, individualista, antivitalista, un hombre casi desalmado, en el sentido más etimológico de la expresión.
No confío en las expresiones, ni en los colores, ni en el roce de la materia. –Afuera, los sonidos del tráfico del atardecer empujaban los últimos restos de silencio hacia el interior de la tienda, que después los rodeaba a ellos y los convertía en dos islas que permanecían envueltas en su propia luz del crepúsculo–. Pero lo principal es que no confío en la gente, ni en sus palabras, porque esas palabras han creado el infierno, y porque esa gente ha demostrado que no merece existir.(Pág. 152)
La radiografía de lo más bajo de la sociedad neoyorquina de entonces, 1960-61, está descrita con maestría, desde los chulos y las putas, los camellos, ladrones y extorsionadores, a un anciano chiflado que en cambio es experto en filosofía –lee a Spinoza y cita a nuestros Ortega y Gasset o Unamuno–, pasando por los camellos, vagabundos o meros desgraciados. Es esta una novela muy culta que no lo parece (y eso, créanme, es todo un logro, lo más difícil de lograr en narrativa), una obra muy ambiciosa pero nada pretenciosa, inteligentemente construida, merced a una estructura ágil y concisa, profunda y precisa.
Un microcosmos de la tienda de empeños y la calle en interacción, que en frases cortas y exactas, mediante una técnica que podríamos calificar de expresionista, logra insertar al lector en aquel mundo probablemente desconocido (al menos para el actual) con una facilidad pasmosa, con enorme fluidez. Incluso los sufrimientos del protagonista, sus sueños sudorosos y sus recuerdos atroces de los campos de concentración, que podemos reconocer en cursivas, acaso innecesarias, sirven como contrapunto, no sólo del salto en el tiempo, sino para comprender las diferentes mentalidades, la europea y la norteamericana, que poblaban la Gran Manzana en la posguerra.
Wallant ha manejado un tema difícil con gran habilidad. (…) Sus escenas encierran un sentido de cercanía y asfixia que recuerda a Dostoievski. The New York Times
Una novela sobre el dolor y la pérdida, el amor y la redención, sobre las segundas oportunidades y enseñanzas que podemos extraer del sacrifico de nuestros seres más queridos, escrita con gran habilidad y talento innato. Una prosa que te absorbe sin remedio. Una narración obsesiva y asfixiante, que logra la empatía más absoluta y que describe con oficio un tema muy delicado.
Ojalá se editen en castellano las dos novelas suyas que faltan por traducirse y publicar. La novela se editó el pasado año, 2013, y cosechó excelentes críticas en la prensa española, entre las que cabe señalar la reseña de Nadal Suau en El cultural.
Una obra maestra literaria como la copa de un pino. Y un autor a redescubrir. Edward Lewis Wallant.
“De entre la última generación de grandes novelistas, el más influyente todavía es, en mi opinión, J. D. Salinger y el más prometedor fue, quizás, Edward Lewis Wallant, que murió tan joven.” Kurt Vonnegut
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