Persona

Persona

Persona

(Persona, 1966)

 

La mirada sigue los caminos que se le han reservado en la obra.

Paul Klee, Pädagogisches Skizzenbuch

Hacer cine es para mí una necesidad de la naturaleza, una necesidad que se puede comparar al hambre y a la sed. Algunos alcanzan la auto-expresión escribiendo libros, escalando montañas, pegando a sus hijos o bailando la samba. Pero resulta que yo me expreso haciendo películas.

 Bergman [1]

¿Por qué Persona? Siempre me he preguntado por qué un cineasta sueco tituló a su obra más célebre con el nombre en español, o mejor dicho, latino, de “persona” y no empleó el término en sueco (consulto un diccionario y ahora sé que persona se dice manniskoätarna). Vamos por tanto a la etimología: viene del latín, persōna, es decir, máscara de actor, personaje teatral, este a su vez del etrusco phersu, y este del griego πρόσωπον, pronúnciese prosopon. ¿Acaso no es la máscara que representa un papel un persona-(je)? Persona. Bergman eligió el título cuidadosamente, mientras su vida hacia aguas y se rehacía. Su guión fue escrito durante los tres meses que Bergman permaneció ingresado en la clínica Sofiahemmet de Estocolmo, en 1965, por graves problemas de salud. ¿Quién soy yo? ¿Por qué soy un personaje? ¿Un actor o actriz deja de representar su papel y se convierte en persona? ¿Y esa persona que es él no es persona cuando actúa? ¿Y si sí lo es, por qué lo es más cuando no actúa? ¿O somos varias personas? ¿O interpretamos varios papeles, el de padre/madre, de hijo/a, esposo/a o amante? ¿Acaso la máscara de una máscara?[2]

Estas y otras preguntas se debió hacer Bergman durante su confinamiento en la clínica Sofiahemmet. Fue un período de cambios en su vida. Al salir de su enclaustramiento quiere huir del mundo, pero no sabe cómo hacerlo. Necesita respirar aire puro, pensar, rehacerse. Pese a estar todavía casado con la pianista de origen estonio Käbi Laretei, madre de su hijo Daniel, persona culta y educada, de belleza aristocrática, se va a la isla de Fårö (en la que morirá 42 años más tarde), construye allí una casa y decide filmar los exteriores de Persona. En ese mismo año de 1965 conoce a una muchacha noruega, una actriz joven desconocida, Liv Ullman. Él tiene cuarenta y siete años. Ella, veinticinco. Bergman se enamora apasionadamente, con un arrebato sin igual. Le da el papel protagonista de su película, el de la actriz Elisabeth Vogler.

Basta ver un primer plano de Liv Ullman en Persona, cualquiera, para darse cuenta de que su director estaba perdidamente enamorado de ella, hasta el tuétano o el no-raciocinio. Sí, digámoslo alto y claro. Ernst Ingmar Bergman era un apasionado. Sí. Generalmente los no intelectuales consideran a los que sí lo son como seres aburridos y desapasionados, rodeados de libros y sin contacto con la realidad. Es un tópico, como otro cualquiera. Bergman, por supuesto, escapa a él. Era un vitalista, incluso, a su modo, un mujeriego. Las gentes serias tratan de endiosar al Dios Bergman y olvidan que tuvo multitud de amigas íntimas, novias, mujeres oficiales y extraoficiales, amantes (que le costaron cuatro divorcios) y que se casó cinco veces con cinco mujeres con las que tuvo ocho hijos.[3] Aunque realmente tuvo nueve. Ni más ni menos. Como decíamos, estando casado con la pianista Käbi Laretei, madre de su hijo Daniel, Ingmar Bergman se fue a vivir a su casa-refugio, aislado en su isla, nunca mejor dicho, y pasó lo inevitable, Liv Ullman, su amante, se quedó embarazada. Al poco, fallece la madre de Ingmar Bergman. La hija de ambos hija, Linn Ullman, nacería al año siguiente, el 9 de agosto de 1966 en Oslo, ciudad donde creció su madre. El 18 de octubre de ese año, Persona se estrena en Estocolmo.

Aunque esto pueda parecer más ya una crónica rosa que un análisis o comentario fílmico, conviene aclararlo: creo que el amor de su vida (el amor-pasión, entiéndaseme) fue Liv Ullman, protagonista de Persona con la que nunca se casó. Algunos dicen que fue porque ella no quiso, la fama de Begman le precedía y quizá quiso vivir un romance perpetuo y no estropearlo con minucias domésticas. Sin embargo, la pasión llegó lejos.  Ni más ni menos que propició la existencia de esta película extraordinaria que hubiese sido radicalmente distinta de no haberla protagonizado Liv Ullman y de no haberse extasiado Bergman con ella. Además, supuso un final, o un nuevo comienzo, según se mire, en todo caso, un punto y aparte en su carrera y en su vida. Muchas veces los fríos análisis fílmicos, las découpages extenuantes y las exhaustividades supuestamente científicas no son más que árboles que pueden impedirnos ver el bosque. Dicho de otro modo, no se puede separar el arte de la vida, el cine de su creador. Con Persona, en 1965, Bergman inicia, como veremos, una nueva etapa, ¿enésima máscara?, la llamada de expresión crítica.

Etapas

El especialista catalán Jordi Puigdomènech, siguiendo al también estudioso bergmaniano Charles Moeller, clasifica las cuarenta y tantas obras de Bergman, como director y guionista, en cinco etapas, clasificación coherente y pensada, con la que estamos de acuerdo:

1) obras de juventud o impresionistas, 1945-1948,

2) de contenido psicológico, 1948-1955,

3) de contenido simbólico, 1956-1963,

4) de expresión crítica, 1964-1980, y

5) de reconstrucción genealógica, 1981-2007.

Cedo la palabra a Terenci Moix, el gran Terenci: “Durante seis años –de 1966 a 1972– la obra de Bergman se va encerrando en sí misma, formulando sus preguntas vitales en espacios a menudo cerrados, cuando no agobiantes.” Encierro fílmico-espiritual que, no por casualidad, coincide con su encierro físico-vital en la isla de Fårö. Quizá por eso Bergman llamó al inicio de esta nueva fase o etapa que abarca algo más de quince años, “films de cámara”. Obras cerradas en sí mismas que avanzan no aristotélicamente, sino, casi, casi, en bucles o espirales. Llamémosle como le llamemos,  en representación de esta cuarta etapa, sobresale, sin ningún género de duda, Persona, por ser la más compleja, polisémica, críptica, y aglutinadora de ésta y las dos etapas anteriores, pues es un film que contiene elementos críticos, simbólicos y psicológicos en grandes dosis. El historiador Santos Zunzunegui, por poner un ejemplo de prestigio académico, ve en ella una anticipación de algunos elementos de Prisión (Fängelse, 1948), sexto largometraje de Bergman y primero en el que se afronta abiertamente el tema de la locura, motivo por el que otros analistas lo emparentan con Como en un espejo (Såsom i en spegel, 1961), con las que Persona podría formar una especie de trilogía. En todas ellas aparece en símbolo de la máscara que, en sentido figurado viene a ser la representación del eterno conflicto que rige su obra, la lucha entre el Ser y el Existir.

Persona goza de la condición única de película mítica e incluso maldita: por extraños problemas de distribución en salas, que no vienen al caso, fue casi invisible en cines de medio mundo hasta su aparición en el mercado videográfico, primero en DVD y, ahora, por fin, en Blu-ray Disc. Con la mejor calidad de imagen de alta definición disponible hoy en día. Volviéndola a ver, pues es inagotable (y conviene realizar un segundo visionado para revisar cosas que se han quedado, a buen seguro, de lado), no puedo dejar de rememorar el impacto que me causó verla por vez primera en pantalla grande. Fue hace algunos años, cuando asistí a una proyección en el Teatro Principal de Santiago de Compostela, una noche de lluvia y humedad, al más puro estilo compostelano. La sala completó aforo, durante hora y media enmudeció, a la salida descubrí caras amigas, rostros conocidos, charlé con algunos y me di cuenta de que casi todos los que allí estábamos, pasando algo de frío, afirmábamos ya haberla visto antes. Incluso varias veces. Un film tiene que tener algo especial, intangible, para que el espectador pague su entrada más de una vez para contemplar algo que ya conoce. Persona tiene ese algo. Como lo tienen Vértigo, Sed de mal o Centauros del desierto. O El manuscrito encontrado en Zaragoza. Sus lecturas nunca se agotan.

Cabe fijarse en la música de Persona, escucharla con atención, pues, siguiendo a Michel Chion en su imprescindible ensayo La música en el cine, podremos calificarla de <<contrapuntística>> y en todo contemporánea (en la línea en la que estaban empleando Resnais o Rivette en esos mismos años), compuesta en este caso por por Lars Johan Werle (1926-2001), y “caracterizada por rasgos estilísticos como escritura atonal y rítmicamente desmenuzada, sonoridades extrañas, relevancia de los instrumentos solistas […] esta música transmite por los propios guiones a los que acompaña, significaciones de opresión, locura […] puntillista, desestructurada y atomizada […]” (pág. 153), en suma, música abstracta y moderna que confiere una belleza extraña la las imágenes, una incomodidad atrayente e inexplicablemente distanciante, esto es, una música-oxímoron en sí misma.

La huella de Persona

Persona ha influido a cineastas dispares, tanto en su concepción visual como en su trama o, incluso, en la ambientación y espacio escénicos, desde Michael Haneke a Phillipe Garrel. Del francés, pienso por ejemplo en La Naissance de l’amour [El nacimiento del amor, 1993], enésima reflexión sobre la soledad y el origen del amor y el desamor, cuyos planos de un hipnótico blanco y negro, invadidos por la música de un piano melancólico, siempre me han recordado a Persona. O, por poner otros dos ejemplos dispares, y distantes en el tiempo, podemos citar Interiores (1979), de Woody Allen o The Frost (La escarcha) (2008), prometedora ópera prima del director y actor de teatro Ferrán Audì, cuyo cortometraje Teresa y los no muertos (2005) también presente un aurea casi bergmaninana. Curiosamente (¿o no?) en el film del cineasta catalán también aparece, en papel secundario, una anciana llamada… Liv Ullman.

El círculo se ha cerrado.

Sinopsis argumental

Al margen de que recomendamos la lectura del guión tras visionar la película, conviene aclarar algo poco citado, al menos por la crítica en español: la trama de Persona pudiera estar inspirada en la obra teatral de Strindberg La más fuerte (Den starkare, 1888), un magistral monólogo. El film de Bergman va aún más allá.

Persona cuenta, con extraordinaria sutileza, cómo la célebre actriz Elisabet Vogler (una espléndida Liv Ullmann) pierde literalmente la voz durante una representación teatral de la tragedia griega Electra, de Eurípides. Una doctora (Margaretha Krook) le somete a varias pruebas clínicas y concluye que está físicamente sana, el suyo parece un caso de autismo, no de enfermedad o rotura de sus cuerdas vocales. Pero Elisabet continúa sin articular palabra. ¿Qué oculta tras su máscara? La enfermera que la cuida, Alma (Bibi Andersson, no menos magnífica que la Ullmann), le habla y habla sin parar. Como cura de reposo y posible terapia Elisabet y Alma viajan hasta una isla [la misma en la que Bergman construyó su casa, lo hemos dicho, Fårö, en tierras de las Gotlands] y se instalan en una casa de campo junto al mar. Paulatinamente Elisabet se va alejando de su mutismo, Alma le cuenta sus asuntos amorosos con su novio, en un monólogo filmado dos veces por Bergman, la primera vez sobre el rostro de Elisabet con sus reacciones a lo que escucha y la segunda con el primer plano de Alma repitiendo el mismo monólogo. El clima hipnótico se aproxima al del cine de terror, explorando las almas femeninas como si fuesen un todo, dado visualmente a través de perfiles superpuestos de los rostros o cuando ambas se hablan y se miran frente a un espejo, sus miradas se reflejan y se unen. Los planos operan en yuxtaposición. Además, al igual que hiciera en Fresas salvajes, Bergman no subraya mediante la realización o la puesta en escena, la diferencia entre las escenas “reales” y las imaginadas o soñadas, las presenta en el mismo plano, como pertenecientes a un todo. Aunque Alma y Elizabet tienen caracteres muy diferentes, su convivencia en total aislamiento del mundo exterior convierte a ambas mujeres en una misma persona, mediante un proceso de simbiosis, según algunos críticos, o de vampirización siguiendo a otros. El metraje avanza y así conocemos las razones de la inicial mudez de Elisabet, motivadas por la relación con su marido (Gunnar Björnstrand) y, sobre todo, por el hijo no deseado que tuvieron (Jörgen Lindström). (¿Apunte autobiográfico? Y de ser así, ¿qué hijo o hija?)

Desasosegante, aparentemente inconexa, esta reflexión sobre el carácter individual o la personalidad, su mirada y representación,  supuso el non plus ultra  en el cine: es difícilmente explicable, dadas sus múltiples interpretaciones, filosóficas, existenciales, ontológicas o metafísicas, algo de lo que el mismo Bergman era consciente cuando afirmó con total sinceridad:

“Tengo la sensación de que en Persona he llegado al límite de mis posibilidades. Que en plena libertad, he rozado esos secretos sin palabras que sólo la cinematografía es capaz de sacar a la luz.”

Por eso, tras releer lo que dijo Bergman y volver a ver Persona, me vino a la cabeza la cita de Paul Klee con la que abrí este texto: La mirada sigue los caminos que se le han reservado en la obra. Y Persona es, ante todo, una obra de mirada y sobre la mirada.

Pero… realmente… ¿qué es Persona? (imposible monólogo interior): una máscara un rostro Elisabet tras ella un niño con gafas una actriz muda durmiendo bajo una sábana blanca Elisabet Alma la sombra de una mano infantil sobre la pantalla el perfil del rostro de Elisabet tormento costa viento salado meciendo las copas cámara de fotos gafas de sol negras rocas mar isla luz claroscuro posar mano en cuello susto congoja abrazos y súplicas palma en la frente palabras en sordina ansiedades insomnios y sueños pelar fruta paredes blancas y grises amaneceres correr por la playa pedregosa gritando ¡Elisabet! caras encendiéndose apagándose iluminándose oscureciéndose apariciones camisones blancos cortinas blancas cuerpos semidesnudos deseo atusarse los cabellos largos y cortos caricias sopapos besos y agarrones nariz sangrando a borbotones arañar antebrazos desnudos tacto silencios lágrimas miradas escorzos entre las telas traslúcidas silencios confesiones secretos ropa interior femenina más miradas cariño recuerdos olvidos sonidos acuáticos trajes de baño negros caminar descalzas por suelos impolutos árboles mecidos por el viento rastrillar sonidos de cristales rotos Alma pupilas inmensas ojazos mirando al vacío dedos sobre dedos sombras paredes la mano de Elisabet paseándose por la frente de Alma cortinas blancas meciéndose monólogo sobre chicos en la playa fundidos a negro negrísimos fundidos a blancos blanquísimos constricción miradas a cámara labios carnosos belfo de Elisabet convertida en Electra convertida en máscara maquillaje actriz ¿actriz? sudores arrebatos primeros planos primerísimos primeros planos vacío espera estío perfil de Alma biquinis o albornoces pieles bronceadas caladas a cigarrillos sonrisas lecturas estivales pamelas trajes de baño sombreros de paja sopapos desgracia sollozos saborear la dulce sangre saborear la sangre dulce dudas  la brisa marina feminidad Bibi Andersson Liv Ullmann Bibi Ullmann Liv Andersson Bibiliv Anderssonullmann Elisabet Alma Elisabet y Alma Elisabet o Alma Elisabet con Alma Elisabet sin Alma Elisabet en Alma Elisabetalma…

Todo esto, y mucho, muchísimo más, todo esto es, Persona.

Pasen y vean.

Bibliografía y hemerografia recomendadas
  • BERGMAN, Ingmar (1968), Persona, traducción de José de la Colina, Editorial Era, México DF.
  • (1972) Persona and Shame: The Screenplays of Ingmar Bergman, traducción de Keith Bradfield, Grossman Publishers, Nueva York.
  • (2010), Persona, prólogo de Jonás Trueba, traducción de Carmen Montes, Nórdica Libros, Madrid.
  • MICHAELS, Lloyd (ed.) (2000). Ingmar Bergman’s Persona. Cambridge University Press., Cambridge.
  • SONTAG, Susan (2002). “Bergman’s Persona”,  Styles of Radical Will. New York, Picador. pp. 123-146.
  • MARTÍNEZ TORRES, Augusto (1996), Diccionario Cine Espasa, Madrid, p. 667.
  • CASAS, Quim (2007), “La década de las tinieblas”, Dirigido por, Barcelona, pp. 41-42.
  • GLAZE, Violet; en: AA. VV (Momentos clave 100 años de cine (2009), Blume, Barcelona, p. 399.
  • TAPPER, Michael; en: AA. VV. (2004). 1001 Películas que hay que ver antes de morir (Ed. de Steven Jay Schneider), Barcelona, Grijalbo, p.464.

 

Dirección, guión y producción: (Uppsala, Uppsala län, Suecia, 1918- Fårö, Gotlands län, Suecia, 2007). Fotografía: Sven Nykvist. Música: Lars Johan Werle. Diseño de producción: Bibi Lindström. Dirección Artística: Karl-Arne Bergman. Montaje: Ulla Rige. Intérpretes: Bibi Andersson (Alma), Liv Ullmann (Elisabet), Margaretha Krook (doctora), Gunnar Björnstrand (herr Vogler), Jörgen Lindström (hijo de Elisabet). Nacionalidad: Suecia. Duración: 85 minutos. Blanco y negro.

[1] BERGMAN, I. (1956) “¿Qué es hacer películas?”, Cahiers du Cinéma, núm. 61, julio de 1956; reproducido en: SARRIS, Andrew (1969), Entrevistas con directores de cine, Editorial Magisterio Español, p. 40 [La traducción española no es del francés sino de la traducción inglesa de Alice Turner].

[2] En Portugal, por ejemplo, Persona se estrenó con el título de A Máscara.

[3] El dato no es baladí. Estas fueron las esposas de Bergman, en orden cronológico: Else Fisher ((1943-1945; con la que tuvo una hija, Lena), Ellen Hollender (1945-1950; cuatro hijos, Ana, Matts, Eva y Jan), Gun Grut, nacida Gun Hagberg (1951-1959; un hijo, Ingmar Jr.), Käbi Laretei (1959-1969; un hijo, Daniel, futuro director de Niños del domingo) e Ingrid von Rosen (1971-1995), el último, más estable y largo de sus matrimonios, y de la única que no se divorció. Sin embargo, conviene aclarar que Ingrid von Rosen, nacida Ingrid Karlebo, fue su amante desde 1957, cuando ella estaba casada con un conde sueco y Bergman con su mujer Gun Grut. Se casó con Ingrid viuda, cuando falleció el conde en 1971. Con Ingrid también había tenido una hija años atrás, Maria, nacida en 1959. Cuando nace la hija ilegítima, Maria von Rosen, Bergman se estaba divorciando de su tercera esposa (1959) y ¡casándose con la cuarta!… Käbi Laretei. Alguien dijo que el cine de autor, el de Bergman, era aburrido. Habría que decirle a ese alguien que bueno, que él mismo, que piense lo quiera (la ignorancia es muy atrevida) y él se lo pierde, pero que desde luego Bergman no se aburrió nunca. Ni dentro ni fuera del arte.

Diego Moldes
diegomoldes@hotmail.com
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