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11 Dic Jewish Casablanca
Jewish Casablanca
Hoy en día vemos a Casablanca como lo que es, una obra maestra del séptimo arte y la película más mítica de la Historia del Cine. Pero en sus orígenes como proyecto cinematográfico y antes teatral, no fue más que una cinta de propaganda con una historia de amor en un contexto cronológico bélico. Casi nadie ve hoy Casablanca como lo que también es, una de las aportaciones judías más notables a la cultura popular del siglo XX. No es ninguna casualidad, por supuesto, que todos sus creadores fuesen judíos y que el film sea, entre otras cosas, un firme alegato contra el nazismo antisemita.
Curtiz, Bergman y Wallis, Warner Bros. Studios, 1942.
Corría el año 1938 cuando un joven profesor judío neoyorquino de apenas veintisiete años, Murray Burnett (1910-1997), abandonó su trabajo en la Central Commercial High School de Manhattan y viajó a Viena con su novia Joan Alison (1901-1992) para ayudar a sus parientes a huir de Austria, ante la amenaza nazi. El 12 de marzo de ese año se había producido la Anschluss, la anexión de Austria por la Alemania del III Reich. El 30 de septiembre Hitler firma los Acuerdos de Múnich con los primeros ministros de Francia (Édouard Daladier), Reino Unido (Arthur Neville Chamberlain) e Italia (Mussolini), por los cuales se creía resolver el eterno conflicto de los Sudetes, pasando esta región de Checoslovaquia a manos de Alemania. Fue el inicio del fin. En marzo de 1939 los nazis ocupan los Sudetes, seis meses después, el 1 de septiembre, invaden Polonia. Se inicia la II Guerra Mundial. Ese año Murray Burnett y Joan Alison se instalan en la costa sur de Inglaterra, en Bournemouth, y poco después se casan. Escriben a cuatro manos una obra teatral de espías antinazis que no llega a representarse, One in a Million (que al parecer lee Otto Preminger). En ese contexto, ayudando a la huida de familiares judíos austríacos a alejarse de la amenaza nazi, se instalan en la Costa Azul francesa: allí Burnett escribe en el verano de 1940 Everybody Comes to Rick’s, en apenas seis semanas y con ayuda de su esposa. Burnett, antiguo alumno de la Universidad de Cornell, en 1931 había interpretado allí a menudo una canción titulada “As Time Goes By” [tema musical del programa de Broadway de ese año, Everybody’s Welcome, compuesta por Herman Hupfeld (1894-1951)], hasta llegar a aburrir e incluso a hartar a sus compañeros de hermandad, la Pi Lambda Phi (la Jewish fraternity judía más importante de Norteamérica, fundada en Yale en 1895). Aunque la canción dejó de oírse en las emisoras de radio y desapareció su grabación en sencillo de las tiendas de discos, permaneció en la memoria de Burnett, que la rescató para su obra. En 1941 los Burnett regresan a Nueva York. La Metro Goldwy Mayer les ofrece cinco mil dólares por los derechos, pero el joven matrimonio declina la oferta. Entonces, justo cuando los japoneses bombardean Pearl Harbor, la jefa del departamento de guion (Story Deparment) de Warner Bros, la antigua editora Irene Diamond (1910-2003),[1] lee la obra, por mediación del productor de Broadway Stephen Karnot, y consigue comprar los derechos para Warner por los famosos veinte mil dólares, ¡sin que se hubiese llegado a representar en Broadway! El resto es historia y se cuenta en este libro.
Es sabido que todos los dueños fundadores de los estudios de Hollywood –creados entre 1912 y 1923– eran judíos de origen europeo. Todos eran conservadores excepto, en parte, los hermanos Warner, provenientes de Polonia, de apellido original Wonskolaser, que eran bastante progresistas e imprimían a su estudio una fuerte carga social destinada a las clases trabajadoras. El presidente de Warner Bros., Jack L. Warner (nacido como Jakob en Canadá) era además un patriota estadounidense y llegó a coronel en la guerra. (Paradójicamente, cuando se hizo viejo se volcó con el Partido Republicano.) Él fue quien puso como director del estudio Warner al gran Hal B. Wallis, un joven judío polaco nacido en Chicago en 1898 como Aaron Blum Wolowicz. Es evidente que sin las ideas de Jack Warner y Hal Wallis Casablanca no existiría. Cuando compró la obra de Burnett, la idea de Wallis en 1941 era hacer una película de propaganda antinazi que continuase la línea de Confessions of a Nazi Spy (Anatole Litvak, 1939), pero acabó siendo mucho más. Wallis encargó la adaptación del guion a dos hermanos gemelos de gran talento, Julius J. Epstein (1909-2000) y Philip G. Epstein (1909-1952), dos judíos neoyorquinos de ascendencia alemana. Misma ascendencia y procedencia que Howard Koch (1901-1995), que reescribió partes enteras del guion. La primera opción de Wallis para dirigir Casablanca era William Wyler (otro judío europeo, de Alsacia), pero al no estar disponible optó por otro gran talento de la casa, Michael Curtiz, judío húngaro nacido en Budapest como Kertéz Mihály (inscrito como Kaminer Manó). La mano de Curtiz le da un salto de calidad al film, su manejo de la cámara junto al operador Arthur Edeson y su dirección escénica son sobresalientes. Como era costumbre en la casa Warner, concluido el rodaje, Curtiz se iba a dirigir otra película y el jefe del estudio, el productor Wallis, le pasaba las instrucciones para el montaje al editor jefe, Owen Marks. En postproducción se incorporaba la banda sonora, incluida la música original compuesta por otro austrohúngaro, Max Steiner (1888-1971), judío vienés al que se también recuerda por componer la inolvidable música de Gone with the Wind (Lo que el viento se llevó, 1939). A Steiner se le llama The Father of Fim Music, el padre de la música de cine. Sus raíces musicales son vienesas, de hecho su abuelo Maximilian Steiner (1839-1880) fue director del Theater an der Wien y descubridor de Johan Strauss II (hijo). La presencia judía en Casablanca concluye con un secundario de lujo, el inolvidable Peter Lorre, estrella del cine alemán pre-nazi y húngaro judío nacido como László Löwenstein.
Aunque resulte paradójico, esta película ambientada en el África colonial, tan asociada a la cultura americana es, en el fondo, muy europea. Si pensamos en la suma de sus creadores, Murray Burnett-Hal Wallis-Jack Warner-los hermanos Epstein-Howard Koch-Michael Curtiz-Max Steiner, nos encontramos con una creación judía humanista y secular, no sólo en su forma y contenido sino también en sus intenciones. Pensemos que la acción de esta ficción se inicia en los primeros días de diciembre de 1941 (el film se comenzó a rodar en mayo de 1942), justo cuando los japoneses bombardean Pearl Harbor (7 de diciembre). Es decir, existía una voluntad manifiesta de todos sus creadores de que la opinión pública fuese partidaria de la intervención militar norteamericana y de que se generase una simpatía por los refugiados, judíos en gran parte, y la concienciación de ayudar al Viejo Continente para evitar el ascenso del nazismo. Al ver Casablanca cualquier persona que escuche La Marsellesa, que ordena cantar el refugiado Victor Laszlo –escapado de un campo de concentración, nos dicen–, entiende que es un símbolo de la libertad y un canto a la vida. Y la vida requiere sacrificios para preservar esa libertad. He aquí el mensaje. Rick Blaine, americano expatriado que venía de combatir el fascismo en la Guerra Civil Española, renuncia a su amor por Ilsa porque tiene un deber que cumplir. Recordemos sus palabras finales a su querida Isla en aquel neblinoso aeropuerto de Casablanca.
Ilsa: But what about us?
Rick: We’ll always have Paris. We didn’t have it before…we’d…we’d lost it until you came to Casablanca. We got it back last night.
Ilsa: When I said I would never leave you…
Rick: And you never will. But I’ve got a job to do too. Where I’m going, you can’t follow. What I’ve got to do, you can’t be any part of. Ilsa, I’m no good at being noble, but it doesn’t take much to see that the problems of three little people don’t amount to a hill of beans in this crazy world. Someday you’ll understand that. Now, now. Here’s looking at you, kid.
Las primeras proyecciones privadas de Casablanca, a modo de prueba, fueron en Huntington Park y Pasadena, California, el 22 de septiembre de 1942. El 26 de noviembre de 1942 tuvo lugar en Nueva York el preestreno oficial de Casablanca. Se cumplen ahora setenta y cinco años.
En diciembre se estrenó en Brasil y Argentina, en enero de 1943 en Estados Unidos y luego en casi todo el mundo. Excepto en Alemania, Japón, Italia y España. Hubo que esperar al final de la guerra para que en 1946 se proyectase Casablanca en Japón (junio), Italia (noviembre) y España (19 de diciembre, estreno en Madrid). En Alemania (RFA) no pudo verse hasta agosto de 1952. Creo que esto lo dice todo.
En mi calidad de espectador cinéfilo, docente universitario e historiador de cine, me alegro mucho de la salida de este magnífico libro sobre Casablanca. 75 años de leyenda, por iniciativa de su impulsor y coordinador, Eduardo Torres-Dulce, y de sus editores Guillermo Balmori y Enrique Alegrete. Celebro el 75 aniversario de Casablanca con la esperanza de que su benéfica influencia global dure por lo menos otros setenta y cinco años. Por pura ética, me comprometo a ayudar en la promoción y difusión de esta obra porque habla de una película que es una creación humana y judía universal; Casablanca simboliza la defensa de los valores humanos más esenciales, democracia, libertad, igualdad, amor y vida en paz.
Diego Moldes
Madrid, septiembre de 2017
[1] Antigua aspirante a actriz, Irene Diamond nació como Irene Levine en Nueva York. Era también judía y amiga de Joan Alison y del único hijo de Jack Warner, Jack Milton Warner (1916-1995), con quien comenzó como ayudante en el estudio. Irene tenía la última palabra en los argumentos que compraba Warner Brothers. Fue Irene Levine quien contrató a Hal Wallis en 1933 y lo propuso a Jack Warner como jefe del estudio, pues advirtió en seguida el talento de aquel joven de Chicago. Meses antes del estreno de Casablanca Irene se casó con un prometedor empresario inmobiliario, el futuro gran filántropo y mecenas Aaron Diamond, fallecido en 1984. Juntos crearon una fundación que donó más de doscientos millones de dólares a causas educativas, cincuenta de ellos a la investigación científica y lucha contra el SIDA.
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