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25 Feb Diccionario de los símbolos de Jean Chevalier
El Diccionario de los símbolos de Jean Chevalier y Alain Gheerbrant sigue siendo, 45 años después de su primera edición, referencia ineludible en el estudio de la simbología universal
No son muy numerosos, pero sí de mucha enjundia, los diccionarios, estudios rigurosos o tratados completos sobre los símbolos, debido a que la correcta interpretación de los símbolos, entendidos como arquetipos universales, es el trabajo de toda una vida. O incluso de muchas vidas. Ese fue el caso de Jung (del que destacaría, entre otros, su revelador estudio sobre los mandalas de la India),de Gershom Scholem o, en el ámbito hispano, de Juan-Eduardo Cirlot, cuyo Diccionario de símbolos (1969 y 1971) me sigue pareciendo la más profunda interpretación del complejo y harto difícil mundo del simbolismo en lengua española. Diría que es el más original en sus planteamientos, en cualquier lengua occidental vertida al castellano. Siguiendo la estela de los arquetipos de Jung, la asociación ARAS (The Archive for Research in Arquetypal Symbolism, C.G. Jung Center, Nueva York), poseedora del archivo de símbolos (fotografías, piezas artísticas, objetos, más de 17.000 referencias) más amplio del planeta, editó THE BOOK OF SYMBOLS: Reflections on Archetypal Images, del que, felizmente, gracias a Taschen, disponemos de edición española: El libro de los símbolos. No se trata de un diccionario stricto sensu, su organización es temática y su mayor virtud no es la analítica (es asistemático) sino la visual.
De entre todos los diccionarios de símbolos que conocemos en España, acaso en Europa, el más completo, por entradas, alcance, amplitud y rigor científico (entendido como investigación rigurosa, pese a que no siempre beba de fuentes primarias) es el Dictionnaire des symboles (Éditions Robert Laffont et Éd. Jupiter, París, 1969), del filósofo, teólogo y escritor francés Jean Chevalier (1906-1993), en colaboración con su discípulo Alain Gheerbrant (1920-2013), poeta y explorador (de la Selva Amazónica principalmente). Catorce colaboradores más, de París, Estrasburgo, Teherán y Kyoto, participaron en el proyecto durante años.
Su alcance global se acrecentó cuando fue publicada la versión inglesa, Dictionary of Symbols (Penguin Books, 1982, y 1997) y, a raíz de esa nueva difusión, de la española, en 1986, a cargo de la prestigiosa editorial barcelonesa Herder. Desde entonces, transcurridos casi treinta años, el Diccionario de los símbolos ha tenido 9 reimpresiones entre 1986 y 2012, lo que habla bien de su calado como libro de fondo, de consulta imprescindible para todo aquel que quiera conocer el mundo de los símbolos con rigor.
Pero, se preguntará el lector,… ¿qué interés tienen hoy en día, en plena sociedad digital y tecnológica, los símbolos? ¿Para qué sirve en plena era de Internet un diccionario en papel como este? Pues es más necesario que nunca, más que los siglos precedentes, especialmente los siglos XIX y XX, de cuya cultura este diccionario es deudor; porque, como predijo McLuhan, los nuevos cambios en la percepción sensorial y en la sociedad de la información, la nueva forma de comunicarnos, han transformado la forma del pensamiento. En una sociedad más volcada a lo visual, como es la aldea global del siglo XXI en la que vivimos, los símbolos operan como descifradores del subconsciente individual y catalizadores del inconsciente colectivo. Cedo la palabra a Chevalier, que lo explica perfectamente en el primer párrafo de su Introducción:
Los símbolos reciben hoy en día un renovado favor. La imaginación ya no se vilipendia como la loca de la casa. Esta hermana gemela de la razón se ve rehabilitada como inspiradora de los descubrimientos y el progreso. (Jean Chevalier)
Y añade: «Semejante favor se debe en gran parte a las anticipaciones de la ficción que la ciencia va verificando poco a poco, a los efectos del actual reinado de la imagen que los sociólogos intentan mensurar, a las interpretaciones modernas de mitos antiguos y al nacimiento de mitos modernos, a las lúcidas exploraciones del psicoanálisis. Los símbolos están en el centro, son el corazón de esta vida imaginativa. Revelan los secretos del inconsciente, conducen a los resortes más ocultos de la acción, abren la mente a lo desconocido y a lo infinito.»
Los símbolos, como decía Cirlot o Jung, como nos dice Chevalier, están en el centro de nuestra vida psíquica, en nuestros sueños y nuestros pensamientos diurnos, en nuestras ensoñaciones, en los deseos que conducen o condicionan nuestros comportamientos. Son otra forma de lenguaje, infinitamente más compleja que el alfabeto, que unen de manera trascendente e inexplicable, operan como un lenguaje óptico de infinitas fórmulas combinatorias.
El símbolo nunca es del todo revelado, si se revela su sentido más profundo, espiritual, es que no es un símbolo, sino un signo. En el símbolo se dan la mano todas las ciencias y artes de la civilización humana, de todas las civilizaciones que hemos conocido, pues en él convergen todas las disciplinas humanas: la lógica, las matemáticas, operan con símbolos, como también la física o la química, la medicina, la psicología, la crítica de arte, la música, el cine, la antropología, la sociología y, por supuesto, la lingüística, recurren a los símbolos para organizar sus sistemas hermenéuticos, sus discursos, sus modelos de procedimiento. Pero no sólo eso, también los empresarios, los emprendedores, desde grandes multinacionales a las start-ups, recurren a expertos en simbología para diseñar sus productos, para cultivar la imaginación creadora y dotar a la tecnología de la innovación -pensemos en las diversas redes sociales- siempre inherente a toda forma de pensamiento profundo, diferente. La mayor empresa del mundo por valor bursátil, Google, desde su fundación en 1998 ha entendido perfectamente el valor del símbolo, basta ver los Doodles, que cambian cada día y en cada idioma, en su buscador. La moda, el diseño industrial de bienes (coches, alimentos), los fronts de las páginas webs y, más que ninguna otra actividad, la publicidad (y su variante política: la propaganda), recurren al estudio y uso de los símbolos con lógica persistencia. No puede ser de otro modo.
La introducción de Chevalier, sin ser tan completa como la de Cirlot (que podría constituir, en sí misma, un libro ensayo con entidad propia), es interesantísima, está expuesta de manera clara, ordenada, demostrando que el ser poseedor de amplios conocimientos no tiene que estar reñido con una escritura apta para todos los lectores, dejando fuera conceptos obtusos o excesivamente deudores del academicismo universitario.
Pasear por las páginas de este diccionario es una delicia, como un viaje al país de las maravillas, en donde conviven explicaciones de los símbolos no sólo de mitos y arquetipos, cosa harto frecuente en este tipo de libros, sino de sueños, gestos, figuras, colores, formas, signos, objetos, animales naturales o mitológicos, partes del cuerpo humano, la naturaleza, etcétera. Una gozada con más de 1200 entradas.
Destacaría, por su agudeza de análisis y profundidad, voces como: Perro (817-820), Tarot (975-986), Tijeras (997), Svástica (968-969), Humo (585), Fresa (509, vinculado a los indios ojibwa de Ontario), Estrella (485), Estornudo (484), Jardín (603), Murciélago (736-737), Palabra (794), Serpiente (925-930), Tetramorfos (988-989), Lago (624), Enano (444-445), Columna (323-328), Collar (329-330), Blanco (189-193), Negro (746-750), Flor (504-506), Montaña (722-726), Perla (813-816), etc.
Por todo esto, y miles de cosas más, el Diccionario de los símbolos es mucho más que un libro de consulta, más que un diccionario, incluso que un tratado de simbología (cosa que indirectamente también es), es un libro para toda la vida, un compañero de nuestra propia existencia como seres que, además de pensar, también imaginamos y sentimos.
Contiene en torno a 1200 voces y 300 dibujos en blanco y negro que se prestan a múltiples interpretaciones.
- Lo único que podemos echar en cara a la magnífica edición de Herder es que no cite los nombres de los traductores de este libro de más de mil páginas.
- La vasta bibliografía consultada por Chevalier y su quincena de colaboradores se circunscribe a las principales lenguas occidentales: francés (principalmente), inglés, alemán y español. Predominan, como es lógico por otra parte, referencias a trabajos de las décadas de los años 30 a 60, que fueron las cuatro décadas de mayor actividad investigadora de la vida, bien longeva (falleció en 1993) de Chevalier.
- La lista de autores consultados por Chevalier y Gheerbrant es extensa, citamos a los más influyentes en este libro (y en el tema tratado en general):
- Gaston Bachelard, Marcel Brion, Juan-Eduardo Cirlot, Amanda K. Coomaraswamy, H. Corbin, Jean Daniélou, Paul Diel, Georges Dumezil, Gilbert Durand, Mircea Eliade, Sigmund Freud, el misterioso alquimista que firmaba como Fulcanelli, Leo Frobenius (Mythologie de l’Atlantide, Histoire la civilisation africaine), René Guénon, Carl Gustav Jung, Jacques Lacan, Alfred Metraux, Papus (Le Tarot des Bohémiens), Robert Philippe, Gershom Scholem, Frithjof Schuon, Daisetz T. Suzuki.
- Sólo hemos detectado dos ausencias significativas, y vinculadas, las del indólogo alemán Heinrich Robert Zimmer (1890–1943) –Myths and Symbols in Indian Art and Civilization y Philosophies of India– y su discípulo, aún más célebre, el norteamericano Joseph Campbell (1904-1987), cuyo libro más divulgado e influyente es, claro, The Hero with a Thousand Faces (1949), que llegó a inspirar a numerosos guionistas de Hollywood, incluido George Lucas y su Star Wars (1977).
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