JAMES CAMERON (Canadá-Estados Unidos, 1954)

James Cameron

JAMES CAMERON (Canadá-Estados Unidos, 1954)

Hoy en día James Cameron está equiparado en popularidad a los cineastas más célebres de la actualidad, caso de Steven Spielberg o George Lucas, y en ingresos económicos seguro que no les va a la zaga. Como aquellos, y algún otro –Ridley Scott o Peter Jackson, sin ir más lejos– su mentalidad es tanto o más la de un productor que la de un cineasta, o para ser más exactos, la de un productor que también es realizador de algunos de sus proyectos. Es decir, la parte artística cobra en su cine la misma importancia que la rentabilidad financiera. Se le ha tachado de megalómano (como también lo son o fueron Coppola, Scorsese o incluso Woody Allen, sin que en ellos el epíteto cobre matiz peyorativo), por algunos sectores de la crítica. Críticas y críticos que desaparecen del mapa, mientras el cine de Cameron se sigue viendo, prevalece a los ataques y las modas. Es cierto que su cine es comercial, en tanto que sus filmes son productos de consumo, de consumo masivo, para ser exactos, y no lo es menos que responde al modelo de gran producción hollywoodiense contemporánea. Teniendo esto en cuenta, no le pidamos peras al olmo, pues es bien sabido que Cameron es un olmo, no un peral. Quien quiera comer peras no debería buscarlas en el cine de Cameron, sino en el de Apitchatpong Weerasethakul o Hong Sang-Soo, pongo por caso. Sería como si un lector del gran Georges Perec pretendiese encontrar esencias geniales en una novela de Paulo Coelho.

Con sus errores y sus aciertos, y con una filmografía escueta como director, apenas ocho largometrajes en treinta años (1981-2011), James Cameron ocupa un lugar de privilegio en el cine y en el panorama audiovisual de su tiempo, que es también el nuestro (aunque nos pese).

Nacido en la localidad canadiense de Kapusjasing, en Ontario, desde joven se interesó por las ciencias y la tecnología. Ello le lleva a California, en donde estudia Ciencias Físicas en la Brea University, sin embargo, no concluye la carrera y a mediados de la década de 1970 comienza a realizar cortos, subsistiendo un tiempo como conductor de camiones. Aficionado al fantástico y fan de Roger Corman, no tarda en contactar con el mítico cineasta de la serie B, y, como tantos otros jóvenes en la California de la contracultura, entra a trabajar en la factoría de Corman. Primero como ayudante de efectos especiales, luego como coordinador, más tarde diseñador de producción, director artístico y, finalmente, realizador: con su ópera prima Piraña II, los vampiros del mar (1981), continuación de más exitosa de Joe Dante, Piraña (Piranha, 1978). Durante dos años y medio trabaja en su primer gran proyecto, Terminator (1984), a mayor gloria de Arnold Schwarzenegger. Juzgada con perspectiva, además de una impecable cinta de acción, la cinta ha envejecido bastante bien, al menos mejor que otros productos similares de esa década oasis de mediocridad estética y ética que fue los años ochenta. En seguida le convencen para dirigir la secuela de Alien (1979), lo que da lugar a Aliens (1986), narración con mucha adrenalina pero que es, con mucho, no inferior al original de Scott, por supuesto, sino la peor de la serie alienígena. Pero Cameron, aunque rueda poco, es imprevisible:

The Abyss (1989) es quizá la mejor cinta de ciencia-ficción de esa década, a excepción de Blade Runner (1982), claro está. Además de estar narrada con pulso y cierto sentido del suspense, The Abyss cuenta, por primera vez en la carrera de Cameron, de una muy eficaz dirección de actores, lo que unido a su diseño de producción, conducen a una claustrofobia de tintes metafísicos. Quizá su densidad dramática explique el poco éxito en taquilla de esta indagación submarina, lo que le lleva a realizar una segunda parte de Terminator, técnicamente muy superior a la primera, pero que en un segundo visionado deviene en una obra fallida que no aporta nada nuevo al género de acción. Tras Mentiras arriesgadas (1994), a mi entender su peor película, realiza Titanic (1997), de la que ya se ha dicho y escrito todo, icono de la cultura de masas contemporánea y sin duda la película más sobrevalorada de la historia. Calificada de cine romántico, Titanic no sólo es la antítesis del Romanticismo, entendido como el histórico movimiento artístico (cf. Sturm und Drang), sino que traiciona uno por uno todos sus postulados. Respecto a la grandiosa Avatar (2009), desde su proyecto inicial a su estreno ocupa a Cameron durante una docena de años. ¿Qué decir? ¿Inaugura una nueva época del cine en 3D o quedará sumida en el olvido como el Tricromo de 1936? El tiempo es el mejor juez. Sólo nos resta esperar (se han anunciado dos partes más). Mientras tanto, disfrutemos de ella, pues es espectáculo en estado puro y, pese a sus alargadas y tediosas escenas de acción, una de las propuestas de cine fantástico más estimulantes de esta primera década del siglo XXI.

DIEGO MOLDES

Filmografía escogida:

Piraña II, los vampiros del mar (Piranha II. The Spawning, 1981), The Terminator (Terminator, 1984), Aliens (1986), The Abyss (1989), Terminator 2: el juicio final (Terminator II, Judgament Day, 1991), Mentiras arriesgadas (True Lies, 1994), Titanic (1997), Avatar (2009).

Bibliografía:

Diego Moldes
diegomoldes@hotmail.com
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